El poder de foucault: una miniatura

Eric Herrán
Instituto Tecnológico Autónomo de México, México

El poder de foucault: una miniatura

Isonomía. Revista de Teoría y Filosofía del Derecho, núm. 10, 1999, pp. 235 -244

Mis observaciones se remiten a piezas cortas (artículos, conferencias, entrevistas, etc.) de Michel Foucault, originalmente escritas o publicadas durante los últimos diez años de su vida, aproximadamente. Al recurrir a la «pedacería» foucaultiana para indicar un esquema de la noción de poder, no hago sino suscribir plenamente la idea -formulada por Gary Vickham en un momento en que esto podía parecerle a muchos escandalosamente inapropiado- de que estos textos «menores» de Foucault no son solamente con frecuencia menos difíciles de sondear que sus obras más reconocidas y de mayor amplitud, sino que además -y esto es lo importantedichos textos representan, en su totalidad, el archivo más completo de la reflexión foucaultiana sobre el poder 1 .

Quienes algo saben acerca del pensamiento de Foucault en torno al poder, probablemente encontrarán demasiado familiares algunas de las descripciones y conjeturas que aquí aparecen. Algunas otras, quizá, no tanto.

Debo advertir, por otro lado, que esta suerte de snapshot o «instantánea» de la visión foucaultiana del poder no pretende ofrecer una evaluación expresa de la misma. Más bien desea únicamente exhibirla, en la medida en que esto ha sido alguna vez posible. Los lectores, por supuesto, podrán hacer siempre con ella lo que quieran. Algunos, por ejemplo, podrán creer que es verdadera.

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Empezaré diciendo que, de acuerdo con Foucault, «el poder como tal no existe». Lo que significa que más que formular las preguntas «¿qué es e poder?» y «¿de dónde proviene?» (esto es, preguntas acerca de la esencia y la fuente del poder), deberíamos en cambio interrogarnos acerca de lo que ocurre cuando se ejerce el poder. Es preciso, pues, deshacerse de la idea de que el poder es un «término comprehensivo y reificante», vinculado distinta y simultáneamente con un origen, una naturaleza y un correspondiente conjunto de manifestaciones 2 . Digamos ahora esto de la siguiente forma: el poder no es una esencia, pues sólo existe de un modo relacional o, lo que es lo mismo, en acción. De lo cual se infiere que usted no puede, en rigor, dar o recibir poder (como si éste fuera una mercancía): el poder no es materia de intercambio.

Si se acepta lo anterior, es entonces posible comenzar a detectar un tipo particularmente serio de problemas hacia adentro de la noción liberal-jurídica del poder, que entiende a éste como un derecho que puede ser objeto de cesión y de acuerdo. Pues únicamente el poder constituido al modo liberal (es decir, por consentimiento) corre el riesgo de convertirse en opresión en el momento de sobrepasarse «a sí mismo», es decir, al pretender ir más allá de «los límites del contrato». Así, en este caso, tenemos el «[p]oder-contrato, con la opresión como límite, o mejor, como superación del límite» 3 .

El problema con la visión liberal es que ésta suscita, en última instancia, un tipo de análisis del poder que es intrínsecamente incapaz de trascender los límites del estado y de las instituciones gubernamentales. Puede preguntarse, sin embargo, si acaso es necesario ir más allá de estos límites a fin de dar cuenta del fenómeno del poder en todas sus manifestaciones. Foucault responde afirmativamente a este cuestionamiento, sin que ello implique que el estado y los aparatos de gobierno sean irrelevantes en el estudio del poder (¿cómo podría, en rigor, sustentarse semejante conclusión?) La crítica foucaultiana de la posición liberal jurídica sugiere, más bien, que

aun considerando la omnipotencia de sus aparatos, el estado está lejos de ocupar por completo el campo de las relaciones efectivas de poder, y todavía más porque el estado sólo puede operar sobre la base de otras relaciones de poder ya existentes. El estado es superestructural en relación a toda una serie de redes de poder que configuran el cuerpo, la sexualidad, la familia, el parentesco, el saber, la tecnología y demás 4 .

Usando otras palabras, he dado a entender más arriba que, en opinión de Foucault, el poder no se genera jamás hacia adentro de una relación determinada. El poder nunca es fundamentalmente un atributo de la relación entre -digamos- un agente A y otro agente B, de la misma manera en que, como ya se ha dicho, el poder no es algo que A o B puedan realmente poseer y, en consecuencia, transferir (transferencia que ocurre, en la imaginería liberal, por la vía de algún tipo de contrato/consentimiento). En todo caso, como podrá apreciarse mejor más adelante, el poder es por sí y en sí mismo una relación.

De cualquier manera, aun sin cuestionar lo anterior, no es imposible pensar el poder como algo relacional que, no obstante, aparezca subordinado a algún tipo de relaciones diferente al de las relaciones de poder. Por ejemplo, supongamos que yo soy un marxista (de preferencia, un marxista de los que se ha dado en llamar «vulgares»). Muy probablemente, entonces, me inclinaré a pensar que las relaciones de poder se encuentran finalmente sometidas al conjunto de relaciones sociales que conforman el sistema económico. En ese caso, la mía sería una visión (que podemos etiquetar como de «dependencia funcional») en donde las relaciones de poder siempre reproducen o reflejan, de algún modo y con intensidad variable, una dominación (pensada como más fundamental) generada en el centro del modo de producción económico.

Una dificultad importante que Foucault percibe a propósito de este enfoque funcional-dependentista radica en el hecho de que este último tiende a concebir al poder principalmente en términos de represión. Precisando: Foucault no piensa que el marxismo interpreta erróneamente al poder como una relación de fuerza. La dificultad (o equivocación) en el enfoque marxista estriba más bien, según él, en el hecho de que la fuerza implicada en dicha relación es esencialmente vista como negativa, como un mero rebajamiento de aquello sobre lo cual se aplica. Este dato permite a Foucault afirmar que, a despecho de las múltiples discrepancias entre ambos, liberales y marxistas hacen causa común en el entendimiento economicista del poder como represión. Pero habrá que precisar la naturaleza de este economicismo compartido.

En general, en el primer caso tendríamos un poder político que [encuentra] en el proceso de cambio, en la economía de circulación de bienes su modelo formal; en el segundo, el poder político tendría en la economía su razón histórica de ser y el principio de su forma concreta y de su funcionamiento actual. [...Sin embargo,] la indisociabilidad de la economía y de la política no sería del orden de la subordinación funcional, ni del isomorfismo formal, sino de otro orden que tendría que individualizarse convenientemente 5 .

Que en sí mismas las relaciones de poder no deban tomarse como a la vez espejo y careta de una suerte de infraestructura, no es la única razón para reprobar la concepción marxista de la ideología que se apoya en este enfoque economicista. La utilización de dicha concepción se torna aún más problemática cuando consideramos que, por un lado, la ideología indica necesariamente lo opuesto de aquello que es considerado como verdadero, y que, por el otro, tal como ocurre en la perspectiva liberal, en dicha concepción las relaciones de poder se conciben como relaciones entre sujetos que, supuestamente, en tanto tales, se constituyen al margen de los efectos que produce el ejercicio del poder 6 . Pues, para empezar, desde Nietzsche sabemos que el poder y la verdad van siempre de la mano (por lo menos, en los tiempos modernos). La verdad -«el conjunto de reglas según las cuales se discrimina lo verdadero de lo falso»- 7 es ya en sí misma un producto, un ejercicio de poder; mientras que, en contrapartida, el poder sólo puede ejercerse en referencia a la verdad. Por tanto, al explorar los territorios del poder desde un punto de vista científico no deberíamos ignorar «los efectos de poder que el Occidente, al final de la Edad Media, ha asignado a la ciencia y ha reservado a los que hacen un discurso científico» 8 .

Por otra parte, los sujetos que supuestamente sostienen relaciones de poder, son ellos mismos un efecto del poder. No pretendamos,

entonces, concebir al individuo como una especie de núcleo elemental, átomo primitivo, materia múltiple e inerte sobre la que se aplicaría o en contra de la que golpearía el poder. En la práctica, lo que hace que un cuerpo, unos gestos, unos discursos, unos deseos sean identificados y constituidos como individuos, es en sí uno de los primeros efectos del poder. El individuo no es el vis-à-vis del poder; es, pienso, uno de sus primeros efectos. El individuo es un efecto del poder, y al mismo tiempo, o justamente en la medida en que es un efecto, el elemento de conexión. El poder circula a través del individuo que ha constituido 9 .

Es fácil entender entonces por qué, según Foucault, el análisis del poder no debe abordarse básicamente como el estudio de decisiones que se toman de forma abierta o velada, consciente o inconscientemente. Puesto que los individuos como tales constituyen ya un efecto del poder, nos equivocamos cuando aspiramos a determinar la racionalidad interna del ejercicio del poder. Podemos, sin duda, localizar agentes «decisores», pero no conseguimos adentrarnos en el conocimiento del poder cuando lo pensamos aparte de «las estrategias, las redes, los mecanismos [y] todas esas técnicas por las cuales una decisión es aceptada y no podría haberse tomado de otro modo» 10 . Tampoco es el caso de que nos preocupemos por determinar cómo, y a través de qué medios, algunos sujetos (individuos, clases, grupos, etc.) tienen dominio sobre otros 11 . En general, puede decirse que las relaciones de poder no se encuentran localizadas «por encima» sino bien adentro de la densa red de relaciones sociales. Y «bien adentro» significa sobre todo que las relaciones de poder no se ofrecen nunca como objeto de regulación final, ni mucho menos como el resultado de una configuración particular de la estructura social, sino que constituyen un componente necesario de todo orden social. En este sentido, «[u]na sociedad sin relaciones de poder sólo puede ser una abstracción» 12 .

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Habiendo expuesto lo anterior, ¿cómo se supone que debamos emprender el análisis del poder? En contraste con el enfoque liberal, Foucault sostiene que aun cuando el consentimiento «puede ser una condición de la existencia o del mantenimiento del poder», este último no es en sí mismo la manifestación de un consenso, el indicativo de un poder para 13 . Por otra parte, como ya se ha visto, Foucault no tendría empacho en suscribir la tesis marxista de que el poder es, más que nada, una relación de fuerza. Su acuerdo con el marxismo podría incluso llegar hasta el punto de afirmar que ciertamente el poder tiene mucho que ver con el fenómeno de la dominación. Pero con la reserva de que aquí Foucault no estaría únicamente implicando «técnicas de sometimiento polimorfas», las cuales representan un reto para la imaginación de los marxistas (algo que se hace evidente cuando éstos pasan por alto los efectos de poder del discurso científico); estaría, asimismo, señalando una concepción cualitativamente diferente del poder como enfrentamiento. Ciertamente, el poder es relación de fuerza, pero de un modo tal que «pone en juego relaciones entre individuos (o entre grupos)» 14 . Respecto a esta afirmación, dos cosas sobresalen.

La primera, que el poder debe ser conceptualmente desprendido de la noción de represión. Aquí la cuestión radica en que

[s]i el poder no fuera más que represivo, si no hiciera nunca otra cosa que decir no, ¿pensáis realmente que se le obedecería? Lo que hace que el poder agarre, que se le acepte, es simplemente que no pesa solamente como una fuerza que dice no, sino que de hecho la atraviesa, produce cosas, induce placer, forma saber, produce discursos; es preciso considerarlo como una red productiva que atraviesa todo el cuerpo social más que como una instancia negativa que tiene como función reprimir 15 .

La segunda cosa que hay que destacar en este contexto radica en que el poder es «una modalidad de acción» que no entraña un efecto directo e inmediato sobre los sujetos. «Actúa en cambio sobre sus acciones; una acción sobre una acción, sobre acciones existentes o sobre aquellas que podrían suscitarse en el presente o en el futuro» 16 . A diferencia de una relación violenta, la cual pretende sobajar o suprimir toda resistencia u oposición,

[u]na relación de poder sólo puede articularse con base en dos elementos que son indispensables para que exista realmente una relación de poder: que «el otro» (aquel sobre el cual se ejerce el poder) sea plenamente reconocido y sostenido, hasta el final, como una persona actuante; y que, ante una relación de poder, se abra todo un campo de respuestas, reacciones, resultados y posibles invenciones 17 .

Tanto la violencia como el consentimiento pueden jugar un papel en las relaciones de poder, pero en último análisis, son sólo la resultante, o el instrumento, de tales relaciones. Claramente, el poder se comprende mejor cuando lo vemos como

una estructura total de acciones que incide sobre posibles acciones; esta estructura incita, induce, seduce, facilita o dificulta; en el extremo, restringe o prohíbe de manera absoluta; es siempre, sin embargo, un modo de actuar sobre un sujeto o sujetos actuantes, en virtud de la actuación o de la capacidad de actuar de éstos. Un conjunto de acciones sobre otras acciones 18 .

Es en este contexto que Foucault nos convoca a recuperar el concepto de «gubernamentalidad» para el análisis del poder. La recuperación propuesta no es sólo metafórica sino histórico-conceptual. Este término se asociaba, en la modernidad primera, no únicamente con el estado y sus asuntos, sino también con otros modos o esferas de conducta. «El gobierno», en este sentido, hacía referencia, primero que nada, a la estructuración del «campo posible de acción de los otros» 19 .

El poder [por consiguiente] se ejerce únicamente sobre sujetos libres, y sólo en la medida en que son libres. Me refiero con esto a sujetos individuales o colectivos que hacen frente a un campo de posibilidades en el que varias maneras de comportarse, distintas reacciones y diversas actitudes pueden llevarse al cabo. Ahí donde los factores determinantes saturan el conjunto, no existe una relación de poder; la esclavitud no es una relación de poder, si el hombre se encuentra encadenado 20 .

Pero la libertad, al igual que el poder, no debe considerarse en forma esencialista. La libertad se genera, literalmente, en relación al poder, tal como el poder es suscitado por la posibilidad misma de la evasión. Se sigue que la libertad y el poder no son mutuamente excluyentes. Por el contrario: el ejercicio de la una es la precondición del ejercicio del otro, y viceversa. Lo cual no quiere decir que la libertad y el poder son una misma cosa. Más bien se implican mutuamente de un modo que es «a un tiempo incitación recíproca y combate». Por tanto, escenifican menos «una confrontación cara a cara que paraliza a ambos lados, que una provocación permanente». A esto llama Foucault el «agonismo» entre la libertad y el poder 21 .

Casi no hay duda de que la libertad se identifica aquí con la resistencia. Esta resistencia, que en alguna parte Foucault describió -en la línea de Maquiavelo- como algo plebeyo, es esa cosa siempre presente «en el cuerpo social, en las clases, en los grupos, en los mismos individuos que escapa de algún modo a las relaciones de poder; [...] es el movimiento centrífugo, la energía inversa, lo no apresable. [...] Hay de la plebe en los cuerpos y en las almas, en los individuos, en el proletariado, y en la burguesía, pero con una extensión, unas formas, unas energías, unas irreductibilidades distintas. Esta parte de la plebe, no es tanto lo exterior en relación a las relaciones de poder, cuanto su límite, su anverso, su contragolpe; es lo que responde en toda ampliación del poder con un movimiento para desgajarse de él; es pues aquello que motiva todo un nuevo desarrollo de las redes del poder» 22 .

Puesto que el poder no es tal sin la resistencia y la rebelión, y puesto que poderes específicos producen formas específicas de contra-acción, una cierta sugerencia metodológica para el estudio del poder aparece aquí dotada de gran sentido.

Consiste en considerar las formas de resistencia frente a diferentes formas de poder como un punto de partida. Usando otra metáfora, consiste en emplear esta resistencia como un catalizador químico de modo que las relaciones de poder se esclarezcan, se ubique su posición, se indaguen su punto de aplicación y los métodos utilizados. Consiste en analizar las relaciones de poder a través del antagonismo de las estrategias 23 .

Al llevar al cabo esta labor, los analistas deben evitar deducir el poder de quién sabe dónde. Deben, en cambio, adoptar el punto de vista de la genealogía, o lo que es lo mismo, emprender «un análisis ascendente del poder, arrancar de los mecanismos infinitesimales, que tienen su propia historia, su propio trayecto, su propia técnica y táctica». Eso pondrá entonces al analista en posición de discernir las diferentes maneras en que estas densas redes (o regímenes) menores han llegado a ser investidas y anexionadas «por fenómenos más globales, y cómo poderes más generales o beneficios económicos pueden insertarse en el juego de estas tecnologías al mismo tiempo relativamente autónomas e infinitesimales del poder 24 ».

Tenemos enfrente, pues, una suerte de apropiación de redes menores de saber/poder por parte de discursos totalizantes. Foucault parece por momentos sugerir que, aun cuando estos saberes-y-poderes menores son ellos mismos poderosos y creadores de veracidad, no son, sin embargo, tan peligrosos como los discursos que buscan la unicidad y el control total, dos cosas que caracterizan al discurso científico.

Una vez que han sido localizadas ciertas resistencias específicas (esto es, ciertos puntos particulares de aplicación del poder) en el cuerpo social, y una vez que se ha tomado la ruta «ascendente», aún debemos -por supuesto- mantenernos a distancia de la tentación de producir algún entendimiento global del conjunto de antagonismos y resistencias. Debemos tener plena conciencia del peligro de erigir «con nuestras propias manos, un discurso unitario al que nos invitan, justo para tendernos una trampa, aquellos que dicen: Todo esto está bien, pero en qué dirección va, hacia qué unidad se dirige» 25 . En una palabra, debemos vencer la tentación de pretender estabilizar a la resistencia (y al poder) a través de una grandiosa teoría de la resistencia (y del poder).

Esta perspectiva ofrece -es notorio- un campo muy amplio para el juego estratégico, más allá (y más acá) de los deportes intelectuales y políticos propuestos bajo la mirada del contrato social o bajo «las presiones esterilizantes de la dialéctica» 26 . Pues es sobre todo en nombre de la razón dialéctica que

se terroriza toda acción local mediante el dilema siguiente: o bien atacáis localmente, pero es necesario estar seguro de que es el eslabón más débil cuya ruptura hará saltar todo, o bien el todo no ha saltado, el eslabón no era el más débil, el adversario no tiene más que recomponer su frente, la reforma ha reabsorbido vuestro ataque 27 .

Ahora bien, todo este terror que se nutre de la explotación del fantasma de la reforma se encuentra sin duda vinculado «a la insuficiencia de un análisis estratégico propio de la lucha política -de la lucha en el campo del poder político» 28 . Es por ello que nuestro tiempo demanda la presencia de un intelectual «específico» capaz de realizar una específica -local, minúscula (pero, curiosamente, no por ello menos estratégica)- actividad intelectual. Este intelectual no puede ser ya más, por fuerza, el pensador «universal» (por ejemplo, el «gran escritor» o el sabio irrebatible que carga sobre sus hombros «los valores de todos, se opone al soberano o a los gobernantes injustos, y hace oír su grito hasta en la inmortalidad»). Deberá ser, en cambio,

aquel que posee con algunos otros, estando al servicio del Estado o contra él, poderes que pueden favorecer o matar definitivamente la vida. No más cantor de la eternidad, sino estratega de la vida y de la muerte 29 .

Notas

1 Gary Vickham, «Power and Power Analysis: Beyond Foucault?», en M. Gane (ed.), Towards a Critique of Foucault (Londres: Routledge & Kegan Paul, 1986), p. 151. Recientemente, esta generosa obra «menor» de Foucault ha sido recogida, no menos espléndidamente, en Michel Foucault, Dits et écrits. 1954-1988, (comps.) Daniel Defert y François Ewald (París: Gallimard, 1994), 4 vols.

2 Michel Foucault, «How is Power Exercised?», en H. Dreyfus y P. Rabinow (eds.), Michel Foucault: Beyond Structuralism and Hermeneutics (Chicago: University of Chicago Press, 1983), p. 217.

3 Michel Foucault, «Curso del 7 de enero de 1976», en Microfísica del poder, trad. J. Varela y F. Álvarez-Uría (Madrid: La Piqueta, 3a. ed., 1992), p. 137.

4 Michel Foucault, «Truth and Power», en The Foucault Reader, (ed.) P. Rabinow (Nueva York: Pantheon Books, 1984), p. 64 (las cursivas son mías). Digamos, marginalmente, que esta versión de «Verdad y poder» se traduce sin mutilaciones (que generalmente incluyen el pasaje aquí citado) del original italiano, a diferencia de lo que ocurre con frecuencia en las versiones castellanas, basadas casi siempre en la primera traducción francesa aparecida en LArc en 1977.

5 Foucault, «Curso del 7 de enero de 1976», pp. 134-35.

6 Foucault, «Verdad y poder», en Microfísica del poder, pp. 181 ss.

7 Ibid., p. 188.

8 Foucault, «Curso del 7 de enero de 1976», p. 131.

9 Michel Foucault, «Curso del 14 de enero de 1976», en Microfísica del poder, p. 144 (las cursivas son mías).

10 Michel Foucault, «On Power», en Michel Foucault: Politics, Philosophy, Culture. Interviews and Other Writings 1977-1984, (ed.) L. Kritzman (Nueva York: Routledge, 1988), pp. 103-104.

11 Foucault, «Curso del 14 de enero de 1976», p. 143.

12 Foucault, «How is Power Exercised?», pp. 222-23.

13 Ibid., p. 220.

14 Ibid., p. 217.

15 Foucault, «Verdad y poder», p. 182 (las cursivas son mías).

16 Ibid., «How is Power Exercised?», p. 220.

17 Ibid.

18 Ibid. (las cursivas son mías).

19 Ibid., p. 221. Ver, asimismo, Michel Foucault, «Gubernamentalidad», en Michel Foucault et al., Espacios de poder, trad. J. Varela y F. Álvarez-Uría (Madrid: La Piqueta, 1991), pp. 9-26.

20 «How is Power Exercised?», p. 221.

21 Ibid., pp. 221-22.

22 Michel Foucault, «Poderes y estrategias», en Microfísica del poder, p. 167.

23 Michel Fouucault «The Subject and Power», en Dreyfus y Rabinow, op. cit. p. 211.

24 Foucault, «Curso del 14 de enero de 1976», pp. 144-45.

25 Foucault, «Curso del 7 de enero de 1976», p. 132 (las cursivas son mías).

26 Foucault, «Poderes y estrategias», p. 172.

27 Ibid., p. 173 (las cursivas son mías).

28 Ibid. (las cursivas son mías).

29 Foucault, «Verdad y poder», p. 189 (las cursivas son mías).